FILOSOFÍA DE KANT

En la Crítica de la razón pura, Kant establece un análisis magistral de la relación entre lo que recibimos por medio de los sentidos y lo que aportamos nosotros como estructura de ese material. Es decir, los individuos tenemos ya una organización mental de nuestras capaci­dades de comprensión, que son alimentadas por lo que recibimos de los datos de los sentidos, pero éstos tienen que configurarse de acuerdo con las condiciones de nuestra forma de conocer. Es verdad que no conocemos nada sin que los sentidos nos proporcionen da­tos experimentales. Pero también es cierto que esa información ex­perimental se recibe y se configura de acuerdo con la propia organi­zación de nuestra forma de conocer, la cual no tiene por qué ser exactamente la única posible. Lo que propone Kant es una síntesis y una superación de las dos corrientes dominantes a lo largo de la fi­losofía moderna: el empirismo de Locke y Hume, y el racionalismo o innatismo de Descartes y Leibniz. Kant piensa que quizá nosotros no conozcamos nunca la realidad en sí, la cosa en sí, lo que él llama noúmeno. Es decir, cómo son las cosas. Sabemos lo que nos dan las cosas a través de los sentidos para influir en nosotros y cómo organi­zamos ese material. Eso es lo que llamamos conocimiento, que es la mezcla entre lo que dan los sentidos y lo que da nuestra estructura cognoscitiva. Eso es lo que nosotros podemos saber. Más allá estarán las cosas que quizá puedan ser vistas por una divinidad. No podemos saber cómo son las cosas en sí, tal como Dios en su absoluta sabidu­ría las vería, sólo sabemos cómo son las cosas para nosotros, es decir, cómo se nos presentan.Y este modo de ser de las cosas, que podemos conocer, depende de nuestra constitución y está limitada por ella. Nosotros podemos ver sólo lo que nuestros sentidos nos dejan ver. Pero también hay sonidos o luces que los humanos no podemos es­cuchar o ver. Un perro puede percibir ultrasonidos que nos son inaudibles. Del mismo modo, lo que recibimos está condicionado por lo que somos capaces de comprender y de organizar. Esa teoría cognoscitiva que resuelve una polémica de siglos es quizá la mayor aportación en el terreno de la epistemología de Kant.
En la Crítica de la razón pura investigó si eran posibles el conoci­miento matemático, el físico y el metafísico. Dicho de otro modo, si la matemática, la física y la metafísica eran posibles como ciencias, con pretensión de universalidad y necesidad. Según él, no debemos considerar el conocimiento desde sus objetos, sino de forma inversa. Los respectivos objetos pueden ser considerados sólo desde las con­diciones que hacen posible nuestro conocimiento de ellos. Kant lla­mó a esta inversión «giro copernicano», por analogía con el audaz gesto de Nicolás Copérnico, que, en vez de considerar que el Sol gi­raba en torno a la Tierra, concluyó que ésta giraba alrededor del Sol. Realizar este movimiento nos permite darnos cuenta de que los ob­jetos no son realidades independientes de nosotros. De hecho, la per­cepción de un objeto no es una recepción pasiva, sino una actividad. El objeto es constituido por el sujeto como cierta unidad sintética de muchas percepciones. Esta actividad sintética ejercida por el sujeto es lo que hace posible el objeto. El objeto es constituido, pues, por el sujeto, a partir de los datos de la intuición sensible. Pero sólo en cuanto objeto, no en cuanto a la cosa que sea en sí. Por ejemplo, veo unas manchas de colores que se hacen más grandes, escucho unos sonidos característicos —digamos, por ejemplo, ladridos—, huelo un olor específico, reúno todas estas sensaciones y digo: «Ahí viene un perro ladrando». Esas sensaciones son organizadas por mi mente de una determinada manera. Pero ¿es la única manera posible? En prin­cipio, no puedo saberlo. Cuando percibo un objeto estoy produciendo una interpretación y síntesis de datos sensibles y no tiene sen­tido que me pregunte cómo sería ese objeto —ese perro o esa silla— independientemente de toda interpretación y síntesis. Por ejemplo, todo objeto espacial me parece tridimensional, pero ¿tendrá el espa­cio tres dimensiones o diecisiete? El hecho es que no puedo percibir un objeto en diecisiete dimensiones. Quizá pueda pensarlo teórica­mente, pero no puedo percibirlo.
Por esa razón, Kant introduce la distinción entre fenómeno noú­meno. Fenómeno es la cosa en cuanto objeto para un sujeto; como ya he dicho, «noúmeno» es la cosa considerada en sí misma sin relación con ningún sujeto. Sólo lo que es fenómeno puede ser objeto de co­nocimiento científico. Ahora bien, los presuntos objetos de la meta­física, el alma, el mundo y Dios, no son fenómenos de nuestra expe­riencia, puesto que no se apoyan en intuición sensible alguna. La metafísica, pues, carece de cientificidad, supone un uso inadecuado de la razón, e implica razonamientos sofísticos. Pero las ideas meta­físicas no surgen, sin embargo, arbitraria o caprichosamente, sino que se originan en la estructura misma de la razón, la que según Kant tiende siempre a subordinar cada condición a otra más general y tien­de, así, a establecer sintéticamente una condición incondicionada, por horror al progreso al infinito.
Kant rechaza que haya un conocimiento metafísico válido, pero a la vez afirma que las cuestiones metafísicas derivan de la estructu­ra misma de la razón —de modo que son al mismo tiempo inevita­bles e irresolubles—. Según Kant, la razón tiende —en un proceso que él llama «prosilogístico»— a subordinar siempre cada condición a otra más general. Por ejemplo, es lo que hace cada chico cuando empieza con el «¿por qué?».Todo padre sabe que ese «¿por qué?» no tiene fin. Hay un ejemplo famoso, según el cual se preguntó a un sa­bio oriental: Si el mundo está en el espacio, ¿por qué no se hunde en el vacío? La respuesta es: Porque está sobre el caparazón de una enorme tortuga. Se le repreguntó:Y la tortuga, ¿por qué no se cae? La respuesta: Porque está apoyada sobre cuatro inmensos elefantes. Otra pregunta: ¿Y los elefantes por qué no se caen? Respuesta: Por­que no. Kant dice que la metafísica hace algo parecido al postular una condición incondicionada. Una causa primera, una finalidad úl­tima, etcétera. Todas las cosas tienen un origen, pero éste tiene a su vez un origen, y éste otro, y así hasta llegar a un primer origen de todo, que es Dios, y que no tiene origen. ¿Por qué? Porque sí. Este primer origen se pone por horror al progreso al infinito, es decir, por el peligro de que, una vez que entramos en esta cadena de interro­gantes, ya no podamos salir de ella. Pero la razón necesita poder pa­sar a otros temas y entonces postula, por ejemplo, una primera cau­sa, como el padre que, después de pasar un largo rato respondiendo a diversos «¿por qué?» de su hijo termina diciendo «Porque yo lo digo», o «Cuando crezcas lo entenderás».
Esta ilusión trascendental no cesa jamás, pues es natural e inevi­table. De tal modo, nunca podremos conocer los presuntos objetos de la metafísica, pero tampoco podremos dejar de preguntarnos acerca de ellos, o de suponerlos. La metafísica, según Kant, es imposible como ciencia, pero es ineludible como tendencia inherente al hom­bre. Kant dice de la metafísica: «En nada desmerece por el hecho de que sirva más para impedir errores que para ampliar el conocimien­to, antes bien le da dignidad y prestigio por la censura que ejerce, la cual garantiza el orden universal y armonía —y aun bienestar— de la república de la ciencia, evitando que sus animosas y fecundas ela­boraciones se aparten del fin principal, la felicidad universal».
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